7/21/2007

Me estoy convirtiendo en Guacolda en World of Warcraft


Desde hace un poco más de una semana, me puse definitivamente a jugar World of Warcraft (WoW), un juego de múltiples jugadores en línea que se vive en un mundo mágico de humanos, gnomos, elfos, y otras especies. En este mundo participan cerca de ocho millones de personas y eso que sólo se creó esta versión hace dos años. Conseguir ocho millones en dos años, no es el tema de ahora, adémás que no ha sido una pregunta que me haya tomado verdaderamente en serio.

¿Por qué me puse a jugar World of Warcraft? Porque tenía que ver lo que pasaba ahí, tenía que meterme. Estoy en un grupo donde queremos crear e innovar en educación a partir de la metodología del juego, incorporando la didáctica del juego en la clase. Camilo Herrera, José Luis Flores y hasta Fernando Flores me invitaron a jugar, con el paso del tiempo hasta me retaron por no jugar. La decisión de comprarlo y de pagar mensualmente 15 dólares no fue tan difícil como la de de verdad destinar tiempo al juego.

Primer fenómeno que veo: pasaron ocho meses para que definitivamente me tomara en mserio el tema de jugar WoW. Todavía no me he desecho del todo del juicio de que los videojuegos son enviciantes, enajenantes, alienantes, "come-horas-familiares", donde tienes que empezar todo de nuevo cuando pierdes y que en realidad, son más bien de un grupo etáreo diferente al mío. Lo que más me pesa es que en definitiva dejo que parte del tiempo destinado a la familia o al trabajo, se vaya hacia el juego, y además que tengo que justificar en ambos ambientes la importancia de hacerlo. Es más, que como es algo que no comparto con mi marido o mi pequeño, me veo obligada a explicar mis jerarquías.

A mí efectivamente me encanta jugar, sobre todo juegos de mesa, cartas, de ingenio, matemáticos, de lógica y computador (aunque a estos les tengo respeto). Los juegos de ejercicio físico me motivan menos que un brocoli. Si no tuviera un poco de voluntad o autocontrol, podría pasarme una noche entera jugando cualquiera de los que menciono. Debo reconocer que a veces ni siquiera es por mi control, sino más bien por el de mi entorno. Esa es una pequeña diferencia con los juegos multiplayer del computador. Al menos en el tiempo en que estoy en WoW, nunca nadie me ha dicho, "sabes que es tarde, vamos a dormir". En cambio, si jugamos canasta, ataque, o cualquier otra cosa con múltiples jugadores en la mesa, por muy entusiasmada que esté yo, sí me dicen que ya está bueno. Es como el tránsito de las clases del colegio a las clases en la universidad. Mientras en el colegio uno no puede decidir si entrar o no a una clase, o si ir o no al colegio, en la universidad sí tienes esa opción y naide te reprocha. De hecho en la universidad no existe la figura del inspector por piso. Esto es similar.

WoW después de descubrirlo, sí se ha transformado en enviciante, y efectivamente tengo que limitar el tiempo que paso jugando, o bien, conscientemente dejarme llevar por Guacolda, mi personaje dentro de ese mundo. Ahora, entiendo que esto no es un problema del juego en sí. Éste no es de por sí bueno o malo, ni tampoco neutral, sino que soy yo la que decido el tiempo que dedico a él, o hasta donde quiero llegar. Para eso me pongo límites distintos, algunos relativos a la hora (juego hasta las 11.00), o bien, juego hasta terminar una misión (quest), o hasta recorrer tal terreno, o juego hasta que termine un nivel (no aconsejable porque a veces puede durar harto).

¿Qué lo hace enviciante para mí? Los desafíos, la multiplicidad de diversidades y de cosas por descubrir y los otros.


Continuará...

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7/11/2007

El desapego

Escuchaba la otra vez en un almuerzo la cantidad de zapatos de una, de collares de la otra, aros, estampillas, joyas o perfumes, y me traté de reflejar en cada una de ellas, pero no lo logré. La verdad es que he tratado de cultivar el desapego.

En general, me resulta fácil con las cosas materiales. De muchas intento prescindir, aun cuando vivo en un ambiente de consumo (no es que no caiga en la tentación), pero con las personas, y los proyectos, y los trabajos, me es imposible.

Sí, me siento indispensable en determinadas labores, en determinados detalles, en ciertas observaciones, y sobre todo en consideraciones. Indispensable en los criterios, en ir a un lugar y meter las patas en el barro. En mejorar el ambiente y en tratar de pasarlo bien y que todos se encanten con las pegas que les toque. Siento que los proyectos son míos, que pasan por mí, que si no estoy no salen.

Honestamente, me gusta algo de eso, siento que es comprometerse, pero es más que comprometerse es involucrarse, es verdaderamente incorporarse. Meter al cuerpo en el tema.

El problema es cuando hay que desapegarse y entender que hay que abrir paso a las nuevas ideas, a los nuevos personajes y a las nuevas historias.

Difícil, sobretodo si es algo para todos.

Mi amiga Erika, me escribió un cuento. Gracias. Ojalá fuera tna linda como dices.

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